“La tierra no pertenece al ser humano, sino que el ser humano es quien pertenece a la tierra” (Jefe Seattle, tribu Suwamish)
¿Cuán hondo llega nuestro origen en el momento presente? ¿Es capaz la historia de borrar toda huella de lo que hemos vivido como especie?
Hace 200.000 años nuestras vidas eran radicalmente distintas. Solo hace unos pocos miles de años (menos del 3% de nuestra historia como especie) comenzamos a vivir refugiados en nuestras ciudades y grandes sociedades.
Pero por cientos de milenios nuestra vida fue una en la cual existía una presencia total y abrumadora de la naturaleza a nuestro alrededor. Donde miráramos se hallaba lo que surgía por sí solo, lo no creado por nosotros: árboles, ríos, montañas, especies de igual a igual con nosotros, y el imponente cielo cubriéndolo todo.
E incluso si nos mirábamos a nosotros mismos, nuestros cuerpos, desnudos o cubiertos, poseían objetos que fácilmente rememoraban la naturaleza de la cual provenían: vestidos de pieles, adornos de conchas, herramientas de piedra. ¿Es esto comparable a lo que hemos vivido en nuestras civilizaciones, especialmente hoy, cuando en nuestros cuerpos y entorno no queda lugar sin artificio que oculte su origen último?
No hay que engañarse, incluso hoy la naturaleza permanece en todas partes, aunque se oculte detrás de los innumerables aparatos que saturan nuestros sentidos. Cae en el olvido ese remoto pero inmenso periodo de nuestra historia en la cual vivimos casi indiferenciables del resto de la naturaleza.
¿Queda algo de eso hoy? No el turismo aventura, que arrastra el mismo encierro tecnológico hacia parques naturales, sino algo de ese ser forjado en nosotros mismos por casi 200.000 años de vida nómade, bajo el ritmo y sonido de la naturaleza.
Nuestra mente -ideas, creencias, pensamientos- saturada de la cultura “civilizada”, quizá tenga pocas huellas y recuerdos de aquel remoto tiempo. ¿Pero puede nuestro cuerpo -el que se formó con su medio- olvidar su estrecha ligazón con la naturaleza que le dio vida? Caminar en silencio, correr a campo abierto, recostarse al final del día con la mirada puesta en la noche estrellada. ¿Puede el cuerpo recordar? Quizás hoy el origen esté aún lejos en nuestras mentes, pero el cuerpo aún sigue siendo nómade.
Referencia
Carta del Jefe Seattle al Presidente de los Estados Unidos, Jefe Seattle de la tribu Suwamish, Ed. Renacimiento
Pintura de Caspar David Friedrich, Der Abend, 1820-21