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Thoreau: ciudad y naturaleza

Publicada el Abril 7, 2024Abril 21, 2024
Reading Time: 2 minutes

¿Cuánto progreso experimentamos en nuestras ciudades? ¿Vivimos mejor que el humano nómade, o aquél que recién se reunía en pequeños asentamientos en el pasado? En la vida de estos la naturaleza dominaba; la construcción y los grandes artificios humanos, no.

¿Vivimos hoy mejor? Ansiedad, estrés, depresión, angustia, ¿son acaso vivencias raras? Una intuición honesta hace sospechar que el “progreso” de las ciudades es, por lo menos, cuestionable. Y para quienes no poseemos gran tolerancia al ruido citadino y la interacción frenética de la vida social, francamente, se presenta como una construcción mal encaminada. ¿Pero qué otra opción hay?

“Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida, y ver si no podía aprender lo que ella tenía que enseñar, no sea que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido” (Thoreau, Walden, 46).

Lo otro radical a la ciudad es la vida en la naturaleza. Y aunque saltar hacia ella como una respuesta al malestar de la ciudad simplifica el problema de manera ingenua y excesiva, ingresar a ésta y atender a sus remotos secretos puede otorgar pistas vitales para reencaminar la propia vida colectiva y citadina.

La Naturaleza sostiene, rodea y envuelve la ciudad. Incluso una mirada atenta comprende cómo la atraviesa en cada una de sus partes. Pero el intento de cercarse frente a ella, encerrarse en nuestra guarida artificial, nos lleva a confundir Mundo con la modesta burbuja de cemento que hemos creado.

Thoreau no huyó al bosque, ni tampoco vivió la mayoría de su vida en él. Thoreau visitó, ingresó y escuchó los ritmos de la naturaleza. Por lo mismo pudo volver a la ciudad, permitiendo que hoy algunos habitantes de ésta, perplejos, lo sigan escuchando.

“…en todas partes, en tiendas, oficinas y campos, los habitantes me han parecido estar haciendo penitencia en mil formas extraordinarias. Los doce trabajos de Hércules eran insignificantes comparados con los que mis vecinos se han empeñado en realizar; porque aquellos eran solamente doce y tenían un fin, pero yo nunca he podido ver que estos hombres hayan matado o capturado algún monstruo o terminado una labor. No tienen un amigo como Yolas que queme la raíz de la cabeza de la hidra con un hierro candente, sino que tan pronto como una cabeza es aplastada dos más surgen” (Walden, 10)

“¿Por qué hemos de tener una prisa tan grande en triunfar, y en empresas tan desesperadas? Si un ser humano no marcha a igual paso que sus compañeros, puede que eso se deba a que escucha un tambor diferente. Que camine al ritmo de la música que oye, aunque sea lenta y remota” (Walden, 110).

“En mi casa tenía tres sillas: una para la soledad, dos para la amistad, tres para la sociedad” (Walden, 86).


Referencia

Walden, la vida en los Bosques, Henry David Thoreau, Ed. Errepar

Portada original de Walden, la vida en los bosques de Henry Thoreau, Ticknor and Fields: Boston 1854.

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